El Teatro como Santuario
Nos hacemos eco del Mensaje del Día Mundial del Teatro 2020, este año a cargo de Shahid Mahmood Nadeem, periodista paquistaní, dramaturgo, guionista, director de teatro y televisión, y activista de derechos humanos.
Es un gran honor para mí escribir el Mensaje del Día Mundial del Teatro 2020. Es un sentimiento de una gran humildad pero también es emocionante pensar que el teatro pakistaní ha sido reconocido por el ITI, la organización de teatro mundial más influyente y representativa de nuestro tiempo.
Este honor es también un homenaje a Madeeha Gauhar, icono del teatro y fundadora del Ajoka Theatre, también mi compañera de vida, quien murió hace dos años. El equipo de Ajoka ha recorrido un largo y difícil camino, literalmente desde la calle hasta el teatro. Pero también, es la historia de muchas compañías de teatro, estoy seguro.
Nunca es fácil nada fácil mantenerse a flote navegando. Siempre es un conflicto. Vengo de un país predominantemente musulmán, que ha experimentado varias dictaduras militares, el horrible ataque de extremistas religiosos y tres guerras con la vecina India, con quien compartimos miles de años de historia y herencia. Hoy todavía vivimos con el temor de una guerra total con nuestro hermano gemelo y vecino, incluso una guerra nuclear, ya que ambos países ahora tienen armas nucleares.
A veces nos decimos en broma; “Los malos momentos son buenos para el teatro”. No hay escasez de desafíos para ser enfrentados, ni contradicciones a ser expuestas y status quo que subvertir. Mi grupo de teatro Ajoka y yo hemos estado caminando por la cuerda floja por más de 36 años. De hecho, el estar en la cuerda floja, mantener el equilibrio entre entretenimiento y educación, entre investigar y aprender del pasado y prepararse para el futuro, entre la libre expresión creativa y los enfrentamientos aventureros con la autoridad, entre el teatro socialmente crítico y teatro financieramente viable, entre llegar a las masas y estar a la vanguardia: uno puede decir que un creador de teatro tiene que saber conjurar, ser un mago.
En Pakistán es clara la división existente entre lo Sagrado y lo Profano. Para los Profanos, no hay espacio para el cuestionamiento religioso, mientras que para lo Sacro, o hay posibilidad del debate abierto o de nuevas ideas. De hecho, el establecimiento conservador considera el arte y la cultura fuera de los límites de sus “juegos sagrados”. Entonces el campo de juego para los artistas escénicos ha sido como una carrera de obstáculos. Ellos tienen primero que probar sus credenciales como buenos musulmanes y ciudadanos conformes y también intentar establecer que la danza, la música y el teatro están “permitidos” en el Islam. Por lo tanto, una gran cantidad de musulmanes practicantes se han mostrado reacios a adoptar las artes escénicas, a pesar de que los elementos de la danza, la música y el teatro están integrados en su vida cotidiana. Y entonces, nosotros nos tropezamos con una subcultura que tenía el potencial de llevar lo
Sagrado y lo Profano al escenario mismo.
Durante el gobierno militar en Pakistán en la década de 1980, Ajoka estuvo organizado por un grupo de jóvenes artistas que desafiaron la dictadura a través de un teatro social y políticamente audaz de disidencia. Ellos descubrieron que sus sentimientos, su ira, su angustia, fueron asombrosamente expresados por un bardo sufí, que vivió hace unos 300 años. Este fue el gran poeta sufí Bulleh Shah. Ajoka descubrió que podría hacer declaraciones políticamente explosivas a través de su poesía, desafiando la autoridad política corrupta y el establecimiento religioso intolerante. Las autoridades podían prohibirnos, pero no a un poeta sufí venerado y popular como Bulleh Shah.
Descubrimos que su vida era tan dramática y radical como su poesía, que le había ganado a la fatiga y al destierro, en su vida.
Entonces escribí, “Bulha”, una obra sobre la vida y las dificultades de Bulleh Shah.
Bulha, como se refieren amorosamente a él las masas en el sur de Asia, era de una tradición de poetas sufíes punjabíes que desafiaron sin temor la autoridad de los emperadores y los demagogos clericales a través de su poesía y de su práctica. Escribieron en el idioma de la gente y acerca de las aspiraciones de las masas. En la música y la danza, encontraron los medios para lograr una asociación directa entre el hombre y Dios, pasando por alto con desdén, los intermediarios religiosos explotadores.
Desafiaron las divisiones de género y de clase, miraron al planeta con asombro, como una manifestación del Todopoderoso. El “Consejo de las Artes” de Lahore rechazó el guión, alegando que no era una obra de teatro sino simplemente una biografía. Sin embargo, cuando la obra se presentó en un lugar alternativo: el Instituto Goethe. La audiencia vio, entendió y apreció el simbolismo en la vida y la poesía del poeta del pueblo. Se identificaron completamente con su vida y su tiempo y observaron los paralelos con sus propias vidas y su tiempo.
Un nuevo tipo de teatro nació ese día, en 2001.
Música devocional Qawwali, baile sufí Dhamal y la inspiradora poesía recitativa, e incluso el canto meditativo de Zikir, se convirtieron en parte de la obra. Un grupo de Sikhs, que estaba en la ciudad para asistir a una conferencia de Punjabi y vieron la obra, luego invadieron el escenario, abrazando, llorando y besando a los actores, al final. Compartían el escenario por primera vez con Punjabis musulmanes después de la separación con la India en 1947, que desembocó en la división de Punjab en líneas comunales. Bulleh Shah había sido tan querido para ellos como lo era para los Punjabis musulmanes porque los sufíes trascienden las divisiones religiosas o comunitarias.
Este estreno memorable fue seguido por la odisea india de Bulleh Shah. Comenzando con un recorrido pionero de la parte india del Punjab, “Bulha” se realizó a lo largo y ancho de la India, incluso en tiempos de tensiones más graves entre los dos países y en lugares donde el público no sabía una sola palabra de Punjabi, pero amaba cada momento de la obra. Mientras las puertas para el diálogo político y la diplomacia se cerraban una por una, las puertas de las salas de teatro y de los corazones del público indio, permanecieron abiertas.
Durante la gira de Ajoka en el Punjab Indio en 2004, después de una actuación muy bien recibida ante una audiencia rural de miles de personas al final de una representación de la obra de teatro sobre el poeta sufí Bulleh Shah, un anciano, acompañado por un niño, se acercó hasta el actor que había interpretado el papel del gran sufí. El viejo llorando dijo: “Mi nieto no se encuentra bien, ¿podrías por favor soplarle con una bendición? sé que se recuperará, si lo hace”, El actor se sorprendió y contesto: “Babaji. No soy Bulleh Shah, solo soy un actor que interpreta el papel”.
Sugerimos al actor que le concediera al anciano su deseo. El actor lanzó una bendición sobre el joven. El viejo estaba satisfecho y dijo: “Hijo, no eres un actor, eres una reencarnación de Bulleh Shah, su avatar“. De repente, se nos ocurrió un concepto completamente nuevo de actuación, de teatro, donde el actor se convierte en la reencarnación del personaje que él o ella están representando.
En los 18 años de gira con “Bulha”, hemos notado una respuesta similar de una aparentemente no iniciada audiencia, para quien la actuación no es solo una experiencia entretenida o intelectualmente estimulante sino un encuentro espiritual profundamente conmovedor. De hecho, el actor que interpretaba el papel del Maestro Sufi Bulleh Shah estaba tan anímicamente influenciado por la experiencia, que él mismo se convirtió en poeta sufí y desde entonces ha publicado dos colecciones de poemas. Los actores han expresado que cuando comienza el espectáculo, sienten que el espíritu de Bulleh Shah está entre ellos y el escenario parece haber sido elevado a un plano superior. Un erudito indio, al escribir sobre la obra, le dio el título: “Cuando el teatro se convierte en un Santuario”.
Soy una persona laica y mi interés en el sufismo es principalmente cultural. Estoy más interesado en los aspectos artísticos y performativos de los poetas sufíes punjabíes, pero mi audiencia, que puede no ser extremista o intolerante, tiene sinceras creencias religiosas. Explorar historias como la de Bulleh Shah, y hay muchas otras en todas las culturas, puede convertirse en un puente entre nosotros, los creadores de teatro y una desconocida pero entusiasta audiencia. Juntos podemos descubrir las dimensiones espirituales del teatro y construir puentes entre el pasado y el presente, llevando a un futuro que es el destino de todas las comunidades; creyentes y no creyentes, actores y ancianos, y sus nietos.
La razón por la que estoy compartiendo la historia de Bulleh Shah y nuestra exploración de una especie de teatro sufí es que mientras actuamos en el escenario, a veces nos dejamos llevar por nuestra filosofía del teatro, nuestro papel como abanderados del cambio social y al hacerlo, estamos dejando atrás a una gran parte de las masas. En nuestro compromiso con los desafíos del presente, nos privamos de las posibilidades de una experiencia espiritual profundamente conmovedora que el teatro puede proporcionar. En el mundo de hoy donde el sectarismo, el odio y la violencia están en aumento una vez más, las naciones parecen enfrentarse unas a otras, los creyentes luchan contra otros creyentes y las comunidades difunden su odio contra otras comunidades… y mientras tanto, los niños mueren de desnutrición, y las madres durante el parto debido a la falta de atención médica oportuna, y las ideologías de odio florecen. Nuestro planeta se está hundiendo cada vez más en una catástrofe climática y uno puede escuchar los cascos de los caballos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Necesitamos reponer nuestra fuerza espiritual; necesitamos luchar contra la apatía, el letargo, el pesimismo, la avaricia y el desprecio por el mundo en que vivimos, el planeta en el que vivimos. El teatro tiene un papel, un papel noble, el de energizar y movilizar a la humanidad para levantarse de su descenso al abismo. Puede elevar el escenario, el espacio de actuación, en algo sagrado. En el sur de Asia, los artistas tocan con reverencia el piso del escenario antes de pisarlo, una antigua tradición cuando lo espiritual y lo cultural estaban entrelazados. Es hora de recuperar esa relación simbiótica entre el artista y el público, el pasado y el futuro. Hacer teatro puede ser un acto sagrado y los actores pueden convertirse en los avatares de los roles que desempeñan. El teatro eleva el arte de actuar a un más alto plano espiritual. El teatro tiene el potencial de convertirse en un santuario y el santuario en un lugar de actuación.