Junio en el 93

Este montaje es un ejercicio de memoria acerca de una serie de sucesos relacionados con el teatro y la pandemia de VIH que ocurrieron alrededor de la mitad de la década de los noventa del siglo pasado. Ocurrió en el teatro y fue puesto como narración en una novela inédita escrita por Alejandro Reyes antes de morir víctima del sida en 1996. Cuando fue escrita, Matias Gorlero, Luis Mario Moncada y yo, ya éramos —de manera involuntaria pero gozosa—, personajes de su historia.  Nuestro espacio es, entonces, la caja del teatro o varias cajas de varios teatros: la de Abraham Oceransky, en donde Alejandro y un grupo de artistas notables se esfuerzan en un montaje sobre la vida y la obra de Yukio Mishima; la de La gruta, donde un año después, bajo el ala ominosa del VIH, estrenábamos James Joyce, carta al artista adolescente y la de ahora, donde nos afanamos por imaginar en acción ese tiempo de hacedores de teatro que lo vuelven vivo con su mirada, mientras tratamos de sobrevivir —ahora, claro,— a la COVID 19. El concepto es pues, la memoria, y la enfermedad; la enfermedad de la memoria; la memoria como enfermedad; el recuerdo de un tiempo en que nos estábamos muriendo y lo sabíamos a ciencia cierta, pero también, inexplicablemente, llegamos hasta aquí. El desorden de la memoria, un recuerdo desata un recuerdo que desata un recuerdo y así, la convención del teatro: yo soy Venus, pero puedo ser la mesera china y al final quiero que me miren como Mel, la hermosa actriz trans que vive en CDMX hoy y que evoca a esa belleza desoladora que en la novela se suicida pero en la realidad sabemos que vive y es una espléndida mujer artista y activista, el juego de las matrioskas. Los subterfugios de la memoria, las mentiras de la memoria, el monstruo de la memoria.