Por: Lucero Millán*

Siempre hemos sabido que cuando alguien parte de su país por razones no deseadas, el  dolor es muy grande. Se me ocurre pensar, que el exilio es una hoja arrastrada por el viento  que no puede nutrirse porque no encuentra las raíces que sostienen el árbol. Los que parten  viajan con un país y unos afectos a cuestas, que no les permiten despegar, pero tampoco  regresar. Conozco por terceros este terrible dolor y me solidarizo con ellos; sin embargo,  pocas veces hemos pensado que para el que ve partir puede ser tan o más doloroso como  para el que se va.  

Soy mexicana, llegué a Nicaragua iniciada la Revolución Popular Sandinista en 1979 con tan  solo diecinueve años de edad. Vine tras la utopía, guiada por la admiración que el pueblo  nicaragüense me generó al derrotar a la dictadura de Somoza, que se había mantenido  durante cincuenta años en el poder. A los dos meses de haber llegado, fundé el proyecto  que sigo dirigiendo actualmente: El Teatro Justo Rufino Garay. Me entregué a la revolución  y a la formación de jóvenes actores con pasión y disciplina. Creamos una escuela de  formación actoral, la primera sala de teatro independiente, un grupo profesional y varios  proyectos sociales. Cuando llegué descubrí un pueblo amable, feliz, enérgico, en un país  verde, volcánico, que tenía lo más importante que puede tener un pueblo: esperanza. 

Los protagonistas de esa revolución fueron los jóvenes. Esos jóvenes y esos deseos de  mejorar su país me han sostenido durante estos 43 años de trabajo a través del teatro, que  se ha convertido en mi proyecto de vida. 

Los contextos han cambiado mucho, de los años ochenta revolucionarios, pasando dieciséis  años neoliberales, para llegar al gobierno actual de Daniel Ortega desde el 2007. He visto  en cada una de estas etapas partir a muchos jóvenes y a otros tantos, no menos  importantes, amigos. No he podido dejar de sentirme desgarrada con cada una de esas  partidas. Si tengo que describir esa sensación, diría: vacío. He tenido que recobrar fuerzas  cada vez, para volver a llenar el balde de energía para continuar haciendo teatro.  

En los años ochenta, cuando arreció la guerra contrarrevolucionaria muchos jóvenes  huyeron por miedo al Servicio militar. Yo volvía a reponer a los que se iban. En los años  posteriores a la revolución, los años llamados neoliberales, la migración continuó sobre  todo por razones económicas. En la época actual, a partir de la crisis de abril del 2018,  sumado a la pandemia del Covid-19, más de 100,000 jóvenes nicaragüenses se han marchado del país por razones políticas y por no encontrar oportunidades de trabajo y de  estudio. No es poca cosa en un país de seis millones de habitantes. Mientras tanto, yo  continúo formando nuevos jóvenes con alegría y con la esperanza de que algunos deseen  continuar con la bandera del teatro y quedarse en su país. Tampoco puedo juzgarlos cuando  la pobreza les golpea las puertas. 

Es muy triste ver como Nicaragua está perdiendo su principal capital, el humano. Todos se  van y se siguen yendo, y yo me pregunto, ¿Por qué yo sigo aquí, teniendo la posibilidad de 

irme? Y yo misma me respondo, quizá porque es importante que se siembren árboles, para  que cuando se vuelva a recuperar esa esperanza, esas hojas que han estado flotantes,  encuentren algún día reposo en unos troncos que estarán sostenidos por unas raíces que  nos darán abrigo y sombra. Entonces, yo también podré partir. 

De origen mexicano. Directora de teatro, actriz, dramaturga, promotora cultural y socióloga.
Funda en noviembre de 1979 el Teatro Justo Rufino Garay, uno de los grupos más consolidados y profesionales de Nicaragua y Centroamérica. Es consultora en temas de participación ciudadana y teatro. Ha realizado talleres en Colombia, Estados Unidos, República Dominicana, Costa Rica, Honduras, España, Guatemala, México, Brasil, entre otros. Ha viajado con su grupo por más de 25 países y obtenido varios reconocimientos. Dirige el FIT/ Nicaragua (Festival Internacional de Teatro, Monólogos, Diálogos y Más…) desde 1995.
Como autora ha escrito “Ay amor ya no me quieras tanto” “La ciudad vacía” “Dulce compañía”, “Francisca” “Las palabras no se las lleva el viento” “Marica” y la investigación “Teatro, Política y Creación, una aproximación al Teatro Justo Rufino Garay”.

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