Por: Arístides Vargas (Grupo Malayerba, Ecuador)
Es bueno tener un día dedicado al teatro de América Latina, fundamentalmente porque es un arte amenazado aunque no en extinción; el teatro podría ser una especie al borde de la desaparición, lo cual sería muy triste, porque que cuando un pájaro desaparece también desaparece la trayectoria de su vuelo, desparece la particularidad de ese canto que solo él puede cantar, la manera en que se sostiene en el aire, el arte de combinar el vuelo con el canto y este, con el aire que lo sujeta, pero el teatro siempre está allí, en el borde, o en los bordes, el teatro es un pájaro que se niega a desaparecer.
Entiendo el teatro de América Latina a partir de una consideración que Artaud tiene sobre el cuerpo, el cuerpo sin órganos lo llama, es decir un cuerpo sin organización aparente, un cuerpo sin jerarquías, un cuerpo donde todas sus partes tienen la misma importancia; lejos de una organización productiva, un organismo no integrado a un orden productivo, eso es un cuerpo sin órganos, una comuna que no quiere ser continente sino des-continente, que se expulsa fuera de si mismo en diversas propuestas que surgen en un movimiento desde su propia motricidad o energía que deviene del movimiento anterior; es imposible entender el teatro contemporáneo en el continente sino se entiende esta sucesión de movimientos que son su forma de caminar, y una manera de resistir a la inmovilidad y la muerte.
A menudo pienso en los maestros que nos precedieron, porque el teatro es memoria, pero una memoria que nos expulsa hacia adelante, es evocar con los ojos, rememorar con los oídos, para echar a andar los recuerdos emocionados del mirar y el oír, ver y escuchar la vida de lo que merece ser recordado, como lo son la Revolución en América de Sur de Boal, la puesta de Arturo Ui hecha por Atahualpa del Cioppo, o la Orgía de Buenaventura, Manda patibularia de Santiago García, o el Camino rojo…de Liera, tal vez Golpes en mi puerta de Juan Carlos Gené, entre otras que guardo en la memoria de los ojos, porque todo creador que crea recrea, toda artista que trabaja con su presente se sumerge en el tiempo que vive y en el tiempo que le precede, cae hacia atrás en la justa medida en que cree que está haciendo algo nuevo, tal vez lo haga porque dice que lo hace y al decirlo lo rehace como nuevo pero me gusta creer que en el teatro inventamos en tres temporalidades simultáneas donde el pasado de los viejos maestros no termina de pasar, está en el devenir del próximo paso, siempre a punto de suceder, esta y este teatrista es más contingente que sus contemporáneos que habitan una sola realidad sociológica.
Y ya lo decía, el teatro entre nosotros es un arte atacado, y no debiéramos olvidar ésto en América Latina, el teatro bajo sospecha ha sido la manera natural de estar en él, porque es el espacio donde se ensaya la indignación, el espacio que se niega a ser colonizado por la actitud reduccionista que lo convierte en una experiencia museística de un deber ser impuesto por la cultura oficial, o el proceder del neoliberalismo que consiste en desactivarlo a través de una política que lo somete a las industrias del ocio, a la sociedad del espectáculo, al discurso de las nuevas tendencias donde se mezclan conceptos sin la menor idea, inmersos en una actividad consumista donde lo nuevo es una mecánica de compra venta, una rutina consumista repleta de conceptos vacíos y conservadores. En el arte son fundamentales las ideas para resistir a lo inhumano, a las ofensas de una época, a los medios de información, al olvido; una idea que problematice la realidad le agregue algo, la ensaye de nuevo.